miércoles, 14 de mayo de 2008

MACHADO, ANTONIO. DEL PASADO EFÍMERO.

















Este hombre del casino provinciano 
que vió a Carancha recibir un día, 
tiene mustia la piel, el pelo cano 
ojos velados por melancolía 
bajo el bigote gris, labios de hastío, 
y una triste expresión que no es tristeza, 
sino algo más y menos: el vacío 
del mundo en la orquendad de su cabeza. 
. 
Aún luce de corintio terciopelo 
chaqueta y pantalón abotinado, 
y un cordobés color de caramelo 
pulido y torneado. 
Tres veces heredó y tres ha perdido 
al monte su caudal; dos ha enviudado. 
Sólo se anima ante el azar prohibido 
sobre el verde tapete reclinado, 
o al evocar la tarde de un torero 
la suerte de un tahúr o si alguien cuenta 
la hazaña de un gallardo bandolero, 
o la proeza de un matón, sangrienta. 
. 
Bosteza de políticas banales 
dicterios al gobierno reaccionario 
y augura que vendrán los liberales 
cual torna la cigüeña al campanario. 
Un poco labrador, de cielo aguarda 
y al cielo teme; alguna vez suspira 
pensando en su olivar, al cielo mira 
con ojos inquietos si la lluvia tarda. 
Lo demás, taciturno, hipocondríaco 
prisionero de la Arcadia del presente 
le aburre; sólo el humo del tabaco 
simula algunas sombras en su frente. 
. 
Este hombre no es de ayer, ni es de mañana 
sino de nunca; de la cepa hispana. 
. 
No es el fruto maduro, ni podrido, 
es una fruta vana 
de aquella España que pasó y no ha sido 
esa que hoy tiene la cabeza cana.