lunes, 25 de febrero de 2019

RIMBAUD, Arthur. El ángel y el niño


Y ya, el nuevo año había cumplido su primer día,
día muy grato para los niños, tanto tiempo esperado ¡y tan pronto olvidado!
Enterrado en un sueño feliz, el niño adormecido se ha callado…
Está durmiendo en su cunita de plumas;
el sonajero yace en el suelo junto a él,
lo recuerda y tiene un sueño dichoso;
y después de los regalos de su madre, recibirá los de los habitantes del Cielo.
Su boca se entreabre, sonriente; sus labios medio abiertos parecen invocar a Dios.
Cerca de su cabeza un Ángel se mantiene inclinado hacia él:
espía los débiles murmullos del corazón, contempla tan celestial rostro;
admira los goces de su alma, y esa flor que no ha podido tocar el viento del sur:
«Niño que te me pareces,
ven, ¡sube al cielo conmigo! Entra en la divina estancia;
habita el palacio que has visto en tu sueño,
¡eres digno de él! ¡Que la Tierra no retenga más a un niño del Cielo!
Aquí abajo, no se puede confiar en nadie;
los mortales no acarician nunca la felicidad sincera;
de la esencia misma de la flor surge algo de amargura,
y los corazones inquietos no conocen mas que los placeres tristes;
nunca la satisfacción ni el regocijo sin nubes,
y una lágrima brilla entre la risa incierta.
¿Cómo? ¿Tu frente pura será arrugada por la vida amarga,
y las preocupaciones nublarán de llanto tus ojos azules?
¿Y la sombra del ciprés hará desaparecer las rosas de tu cara?
¡No, no! Entrarás conmigo en las regiones divinas,
y unirás tu voz al concierto de los habitantes del Cielo.
Cuidarás de los hombres que se quedaron en este mundo, y de sus inquietudes.
¡Ven! Una Divinidad rompe los lazos que te atan a la vida.
¡Pero que tu madre no se cubra con la niebla de la pena!
Que ella destierre el ceño triste, y que tu funeral no opaque su rostro,
sino que le de más bien azucenas a manos llenas:
porque para un ser puro su último día ¡sigue siendo el más hermoso!»
Ahora mismo, él acerca su ala delicadamente por su boca rosada,
lo siega, sin que él lo sepa, y recibe sobre sus alas azules el alma del niño
cosechado, y la lleva a las regiones superiores batiendo dulcemente las alas…
Ahora, la cuna no guarda mas que los miembros pálidos, que aún conservan su hermosura,
aunque el aliento vital no los alimenta ni les da la vida.
¡Es la muerte! En sus labios que perfuman todavía los besos,
la risa expira y la llamada de la madre merodea,
y muriendo él se acuerda de los regalos de su primer día del año.
Parece que sus ojos cargados de sueño se cierran por un sopor tranquilo.
Pero ese sopor, más que por un nuevo honor mortal,
no sé por qué celeste luz rodea su frente;
Esto demuestra que no es más un niño de la Tierra, sino un hijo del Cielo.
¡Oh! ¡Con qué lágrimas la madre llora a su niño arrebatado!
¡y cómo baña con abundantes lloros su querida tumba!
Aunque, cada vez que ella cierra los ojos para saborear el leve sueño,
un pequeño Ángel se le aparece, del umbral rosa del cielo, y se complace diciéndole dulcemente: ¡Mamá!…
Ella sonríe con su sonrisa…
Pronto, resbaladizo en el aire, vuela, con sus alas de nieve, alrededor de la madre maravillada
juntando los labios maternales con sus labios divinos…