'' A menudo, cuando me pongo a trabajar, en la primera sentada noto
sensaciones frescas y superficiales. Hasta hace unos años este resultado me bastaba. Si hoy me contentara con ello, estando como estoy convencido de ver la realidad con una profundidad mayor, quedaría algo indefinido en mi pintura; habría registrado sensaciones fugitivas, ligadas a un instante que no me definirían enteramente, y que difícilmente reconocería al día siguiente'' Así se expresaba en 1908 el Henri Matisse de 37 años, ya famoso por haber sacudido el mundo del arte con los colores puros y chillones de sus lienzos. Éstos, expuestos en una muestra parisina en 1905 en torno a una estatua renacentista, arrancaron de un crítico la exclamación:
''Es Donatello en medio de las bestias (en francés, fauves, como serían definidos enseguida los artistas que se adhirieron a esta corriente)''
En los primeros pasos de un largo camino, que concluirá cuarenta y cuatro años después de aquel lejano 1908, cuando la muerte le sorprenda aún trabajando, Matisse observa las cosas, los objetos, las personas, toda la realidad, indagando hasta alcanzar ''un acuerdo vivo de colores, una armonía análoga a la de una composición musical''.
Y sus lienzos irradian este mágico acuerdo, perseguido asiduamente con una confianza absoluta en el carácter positivo de la realidad, casi un milagro si se tiene en cuenta que la historia de Henri, único artista en el mundo que ha pintado un cuadro titulado: '' Joie de vivre'', la alegría de vivir, se entreteje a caballo entre dos guerras mundiales.
El recorrido pictórico de Matisse está cuajado de ''ventanas abiertas'' a Tánger, Niza, París... Los interiores dan casi siempre a una ventana e incluso las mujeres, tan amadas por el artista, son representadas a menudo en las cercanías de un antepecho, como si el pintor no pudiera menos que hacer una rasgadura para ver.«Debo pintar un cuerpo de mujer: en primer lugar deberá tener gracia, fascinación; pero el problema es darle algo más. Entonces trato de condensar el significado de este cuerpo indagando sus líneas esenciales. La fascinación será menos patente a primera vista, y deberá en cambio brotar a la larga de la nueva imagen que habré obtenido y que tendrá un significado más amplio, más plenamente humano. La fascinación será menos relevante, al no ser la única característica, pero continuará existiendo, encerrada en el concepto general de mi figura (...). Lo que más me interesa no es la naturaleza muerta o el paisaje, es la figura humana. Sólo ésta me permite expresar mejor mi sentimiento casi religioso de la vida».