lunes, 26 de febrero de 2007

RAFAEL ALBERTI. Retornos del amor en una noche de verano







 A tientas el amor, a ciegas en lo oscuro
tal vez entre las ramas, madura, alguna estrella,
vuelvo a sentirlo, vuelvo,
mojado de la escarcha caliente de la noche,
contra el hoyo de mentas tronchadas y tomillos.
Es él, único, sólo, lo mismo que mi mano
la piel desparramada de mi cuerpo, la sombra
de mi recién salido corazón, los umbrosos
centros más subterráneos de mi ser lo querían.
Vuelve único, vuelve
como forma tocada nada más, como llena
palpitación tendida cubierta de cabellos,
como sangre enredada en mi sangre, un latido
dentro de otro latido solamente.
Más las palabras, ¿dónde?
Las palabras no llegan. No tuvieron espacio
en aquel agostado nocturno, no tuvieron
ese mínimo aire que media entre dos bocas
antes de reducirse a un clavel silencioso.
Pero un aroma oculto se desliza , resbala,
me quema un desvelado olor a oscura orilla.
Alguien está prendiendo por la yerba un murmullo.
Es que siempre en la noche del amor pasa un río.

PAUL VERLAINE. Canción de otoño





Los sollozos más hondos
del violín del otoño
son igual
que una herida en el alma
de congojas extrañas
sin final.

Tembloroso recuerdo
esta huida del tiempo
que se fue.
Evocando el pasado
y los días lejanos
lloraré.

Este viento se lleva
el ayer de tiniebla
que pasó,
una mala borrasca
que levanta hojarasca
como yo.

 

miércoles, 14 de febrero de 2007

JORGE MANRIQUE. Nuestra vida son los ríos...


Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
allegados son iguales,
los que viven por sus manos
y los ricos.

domingo, 4 de febrero de 2007

FERNANDO PESSOA. Ven Noche







Ven Noche antiquísima e idéntica,
Noche Reina destronada al nacer,
Noche igual por dentro al silencio,
Noche con las estrellas, lentejuelas fugaces
En tu vestido bordado de Infinito.

Ven vagamente,
Ven levemente,
Ven sóla, solemne, con las manos menguadas
De lado, ven
Y trae los montes distantes al pie de los árboles cercanos,
Funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
Haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo,
Atenúale todas las diferencias que veo de lejos,
Todos los caminos que la suben,
Todos los distintos árboles que la hacen verde-oscura a lo lejos,
Todas las casas blancas y con humo entre los árboles,
Y deja sólo una luz y otra y otra más,
En la distancia súbitamente imposible de recorrer.

Señora nuestra
De las cosas imposibles que buscamos en vano
De los sueños que vienen a encontrarse con nosotros
al crepúsculo a la ventana.

De los propósitos que nos acarician
En las grandes terrazas de los hoteles cosmopolitas
Al son europeo de la música y de las voces cercanas y lejanas
Y que duelen por saber que nunca los realizaremos
Ven y envuélvenos.
Ven y acarícianos
Bésanos silenciosamente en la frente.
Tan levemente en la frente que no sepamos que nos besan
Sino por una diferencia en el alma
Y un vago sollozo saliendo melodiosamente
De lo antiquísimo de nosotros
Donde tienen raíz esos árboles maravillosos
Cuyos frutos son los sueños que acariciamos y amamos
Por saberlos fuera de lugar en relación a la vida

Ven solemnísima
Solemnísima y llena
De un oculto deseo de llorar
Tal vez porque el alma es grande y la vida pequeña
Y todos los gestos no salen de nuestro cuerpo
Y sólo alcanzamos hasta donde nos llega el brazo
Y sólo vemos hasta donde llega la mirada.

Ven, dolorosa
Madre Dolorosa de las Angustias de los Tímidos
Turris-Eburnea de las Tristezas de los Despreciados.
Mano fresca sobre la cabeza de los humildes con fiebre
Sabor a agua sobre los labios secos de los Cansados
Ven, del fondo
Del horizonte lívido.
Ven y arráncame
Del suelo de angustia y de inutilidad
Donde presumo.
Arráncame del suelo, margarita olvidada.
Hoja a hoja lee en mí no se que sino
Y deshójame a tu gusto.

Ven, Noche silenciosa y estática.
Ven a envolver manto blanco en la noche
Mi corazón
Serenamente como una brisa en la tarde leve.
Tranquilamente como un gesto materno acariciando.
Con las estrellas reluciendo en tus manos
Y la luna máscara misteriosa sobre tu rostro
Todos los sueños suenan de otra forma
Cuando tú vienes
Cuando tú entras bajan todas las voces.
Nadie te ve entrar.
Nadie sabe cuando entraste
Si no de repente, viendo que todo se recoge.
Que todo pierde las aristas y los colores.
Y que en el alto cielo aún claramente azul
Ya creciente nítido o círculo blanco, o simple luz nueva que viene
La luna comienza a ser real.

jueves, 1 de febrero de 2007

HEINRICH HEINE. Intermezzo lírico






Erase un caballero macilento,
Trémulo, triste, silencioso y lento,
Que vagaba al acaso,
con inseguro paso,
Siempre en hondos ensueños sumergido,
Tan desairado y zurdo y distraído,
Que susurraban flores y doncellas
Al pasar, vacilante, junto a ellas.

Huyendo de los hombres a menudo,
El lugar más recóndito escogía
De la casa, y allí, anhelante y mudo,
En la sombra los brazos extendía.-
¡Media noche sonó!... Rara armonía
Y voces peregrinas se escucharon
Entre la vaga bruma,
Y a la puerta, quedísimo, tocaron.

Con furtiva pisada,
Su visión adorada
Entra vestida de sonante espuma,
Y como fresca rosa,
La divinal hermosa
Brilla, encanta y perfuma.
Cúbrela tenue velo
De vaporosas joyas adornado,
Y la áurea cabellera en rizos suelta,
En ondas baña su figura esbelta;
Brillan sus ojos con la luz del cielo.
Y en brazos uno de otro, al par lanzados,
Se acarician los enamorados.

Contra el amante pecho,
Con fuerza apasionada,
La oprime el caballero en lazo estrecho;
Y el soñador despierta,
Y la nieve se torna en llamarada,
Y el pálido enrojece, y se convierte
El temeroso en atrevido y fuerte.
Mas ella, con engaño femenino
Y sin igual destreza,
Con el brillante velo diamantino
Le envuelve, sin sentirlo, la cabeza.

Encantado al instante
Se encuentra el caballero en un radiante
Palacio de cristal, bajo la linfa
De una tersa laguna sepultado.
Absorto y deslumbrado
Queda ante brillo tanto, mas la ninfa
Del onda habitadora
En sus brazos lo estrecha, lo enamora,
Y en tanto, sus doncellas
A la cítara arrancan notas bellas.

Y de modo tan dulce y lisonjero
Cantan y tocan, que los pies se lanzan
Al baile embriagador, y alegres danzan;
Y siente el caballero
Que, ya desvanecidos,
Amenazan dejarle sus sentidos;
Y a la ondina se enlaza
Y estrechamente en su ansiedad la abraza.
Más, de pronto se extingue
La viva luz... ¡Oscuridad completa!...
¡Y a hallarse vuelve, solitario y triste,
En su guardilla mísera el poeta!

Versión de  Juan Antonio Pérez Bonalde